Cannonwood. Pablo G. Naranjo

 

Epopeya sobre la Cannon, que encumbró mitos como Chuck Norris o Michael Dudikoff




Agilidad, acción, cinefilia desatada y una concatenación imparable de momentos cumbre es lo que nos trae el escritor Pablo G. Naranjo en Cannonwood, «una novela irreal basada en hechos verídicos». Naranjo da el do de pecho, y se nota, en esta epopeya sobre la productora Cannon, que en los años ochenta encumbró mitos de segunda fila del cine de acción como Chuck Norris o Michael Dudikoff.


la más importante productora independiente de los ochenta


Narrada en un periodístico tiempo pretérito y con el protagonismo absoluto de los dos primos que fueron propietarios de The Cannon Group, los israelitas Menahem Golam y Yoram Globus, la novela se alimenta de entrevistas realizadas en festivales, reportajes, artículos, documentales, y ante todo, la gran capacidad de fabulación de Pablo G. Naranjo. Por estas páginas desfilan personajes impagables como un anciano Lee Marvin, un joven Jean Claude Van Damme, un multimillonario Sylvester Stallone, un otoñal Charles Bronson, un imponente Dolph Lundgren... Seguramente las cosas no fueron tal y como Naranjo nos las cuenta, al menos en los pequeños detalles, pero preferiremos creer que así fueron. Al fin y al cabo esa es la magia del cine, y también de la escritura.   

Sobre la pareja protagonista, Menahem y Yoram, se puede establecer un paralelismo muy evidente: Don Quijote y Sancho Panza. Menahem Golan es el soñador rebelde, que no acepta cortapisas ni limitaciones, y que somete todo a su objetivo de conquistar Hollywood. Su primo Yoram Globus, más mundano y de carácter templado, le salva de un intento de suicidio en las primeras páginas e impondrá algo de sensatez en el descocado negocio. 

Cannonwood es ante todo un libro de anécdotas de cine y la historia de la más importante productora independiente de los ochenta. Partiendo de esta premisa, la evolución de los personajes no va a ser muy sorprendente ni tampoco lo será el esquema narrativo, que sigue el planteamiento de "ascenso y caída". Naranjo, en su condición de fan, detalla y documenta cada paso del ascenso y trata de agilizar la caída para que no resulte sórdida.

En definitiva, si eres de los que disfrutaron con Desaparecido en combate o Delta Force, si todavía estás esperando la secuela de Masters del Universo, o simplemente te divertías viendo El guerrero americanoCannonwood es tu novela, suculenta como una bandeja de croquetas. Para empezar y no parar...

Applehead Team, 2020

Compra en Estudio en Escarlata

David G. Panadero 

Impulso criminal (1959)

Entre la ficción, el documental y la investigación periodística

 


Jugando un papel que, desde un punto de vista cinematográfico, para algunos es (injustificadamente) menor, Impulso criminal entronca con algunas otras películas norteamericanas ambientadas en carreteras, que se mueven entre la ficción, el documental y, en algunos casos, casi la investigación periodística. Territorio bastante habitual en el género negro y en las historias de psicodramas criminales. Pudiera parecer que, seguramente por algún motivo algo morboso, tuviera más sentido recrear la historia de un crimen si está basado en hechos reales que si parte puramente de la ficción. 

 

A partir de un guion de Richard Murphy basado en la novela Compulsion de Meyer Levin, pone en escena una historia que la podría emparentar con la archiconocida —y siempre mencionada—, The Rope, dirigida por Hitchcock, y con A sangre fría (Richard Brooks, 1967) o The Thin Blue Line (Errol Morris, 1988) a las que, de alguna forma, podría haber inspirado. Dirigida por Richard Fleischer —con el consiguiente cabreo de Orson Welles, que esperaba haberlo hecho él y que boicoteó a equipo técnico y artístico durante los diez días que trabajó en ella—, sus valores cinematográficos está a la par de otras como Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) o Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1964). 



 

zonas del ser humano inadmisibles

 para los defensores de lo políticamente correcto

 

 

Sin embargo, el adjetivo de «artesano» de Fleischer y la presencia de Welles en el papel del abogado, con un alegato famoso contra la pena de muerte en la parte final del juicio, dejan en un segundo plano los valores de la película, oscurecen las brillantes interpretaciones de Dean Stockwell y Bradford Dillman como asesinos sin otra motivación que la de cometer el «crimen perfecto». Precisamente en eso donde radican las claves para ver esta película de una forma «diferente», mirando más allá del alegato final de Welles contra la pena capital, que consigue librar de la horca a los asesinos. La originalidad de Impulso criminal es la sensación de vértigo que provoca el mensaje recogido en el affiche original del filme: «¿Sabe por qué lo hicimos? Porque nos sentimos condenadamente bien haciéndolo». Impulso criminal podría considerarse una obra cinematográficamente «valiente» por atreverse a adoptar, al menos durante buena parte de su metraje, un punto de vista que acerca al espectador hacia zonas del ser (y del cerebro) humano inadmisibles para los defensores de lo políticamente correcto, apoyándose para ello en la interpretación que ofrece Dean Stockwell de su personaje, carente de empatía y empeñado en un enrevesado entendimiento de los planteamientos de Nietzsche. 

 

David Alonso

 

 


* * * * * * *





Tit. Orig: Compulsion. Año: 1959. País: Estados Unidos. Director: Richard Fleischer. Guión: Richard Murphy (Novela: Meyer Levin). Música: Lionel Newman. Fotografía: William C. Mellor. Intérpretes: Orson Welles,  Diane Varsi,  Dean Stockwell,  Bradford Dillman


El crimen no necesita de mayor justificación. Simplemente nos fascina e hipnotiza, nos atrapa, nos obliga a seguir mirando…

El equipo PRÓTESIS te trae el comentario crítico de las mejores películas célebres y sangrientas. Este ensayo colectivo ha sido realizado por el equipo para el monográfico Crímenes Célebres, editado por Reino de Cordelia en 2018



 

Drugstore Cowboy. James Fogle

Nada más importa. Ni comida, ni sexo, relaciones personales o familiares

Años setenta del pasado siglo. Bob Hughes lidera un pequeño grupo de yonquis que se dedica a robar en drugstores (preferimos la denominación americana, pues estos establecimientos no son estrictamente farmacias como nosotros los conocemos, pues venden muchos más productos que medicamentos). Es un grupo singular, pues lo que roba lo usa para metérselo en vena, y como mucho, intercambiarlo por otras drogas con otros grupos de consumidores o de traficantes. No venden lo que roban, y tienen un código bastante estricto en estos temas.

La novela nos va relatando las peripecias del grupo, que además de Bob, está formado por Diane, Rick y Nadine, cada uno de ellos con historias y perspectivas bien distintas, pero que se unen en un estilo de vida, en el que todo está centrado en consumir drogas, y su forma de conseguirlas es asaltar drugstores, en lo que son unos auténticos artistas.

El núcleo de la narración trata de los asaltos que llevan a cabo en drugstores u hospitales, o donde sea, para conseguir medicamentos para chutárselos, pues como ya señalábamos, ése es el objetivo número uno de sus vidas, por supuesto para luego inyectárselos. Nada más importa. Ni comida, ni sexo (que sobre todo en consumidores veteranos pasa casi a la historia), relaciones personales o familiares. Para este grupo un emocionante sábado noche consiste en asaltar un gran drugstore y esquivar a su guardia armado. Porque la vida de estos cuatro adictos consiste en correr y jugar.


mantienen códigos de conducta, son muy supersticiosos


A lo largo del relato vamos conociendo las dispares personalidades de estos cuatro yonquis, donde destacan la nerviosa, astuta y cautivadora del líder del grupo, Bob, o la vehemente y tremenda de Diane, mujer de armas tomar, que dejó familia e hijos por seguir esta vida de adicta.

Un aspecto que puede sorprender es el que en este grupo de depredadores, cuyo único interés es el consumo de drogas, no importando casi nada más, mantengan ciertos códigos de conducta de forma férrea, o sean tremendamente supersticiosos, lo cual choca con la imagen de una gente desesperada y totalmente amoral. Pero nos dejan bien claro que sus objetivos vitales pasan únicamente por el consumo masivo de drogas, y si la vida se les va en ello, lo aceptan con fría resignación. 

Como era de esperar las relaciones de este grupo con la policía no son especialmente buenas, y les lleva a reflexiones como las siguientes sobre el comportamiento policial:

…si la gente comenzara a percibir lo locos y perversos que son y el hambre de poder que tienen la mayoría de los policías, se morirían de miedo. Daba la sensación de que cuanto menos compasivos se mostraban y más severidad exigían en las penas, más aumentaban las posibilidades de que los policías infringiesen la ley

El estilo de la novela es vibrante, con unos diálogos antológicos, salpimentada de un humor bastante negro, en el que las reflexiones o pensamientos de los personajes se insertan con facilidad. Hay que destacar la brillantez de las escenas de acción –que en algún caso tienen un poderoso componente cómico-. Pero el elemento más atrayente de la novela se centra en la historia, personalidad y vicisitudes del protagonista, Bob Hughes, que por lo menos a quien escribe estas líneas le ha fascinado, pues nos plantea con cruenta y fría lucidez su opción de vida, que va más allá de una consideración psicopatológica, sino que es una auténtica postura vital, para la que no pide ni reconocimiento ni valoración. Un testimonio de estas características se sale del discurso represor y descalificador, pero también del buenismo comprensivo con los que falsamente considera como unos pobres enfermos. Para los cinéfilos hay una versión cinematográfica de 1989 dirigida por Gus van Sant. Una novela que impacta, apasiona y divierte.

Sajalín, 2018
Compra en Casa del Libro

José María Sánchez Pardo

Hola, te quiero, ya no, adiós. Ana Grandal

Sabiduría, experiencia y capacidad de análisis

Para muchos, Te amo, destrúyeme, fue la forma de conocer la narrativa de Ana Grandal, su peculiar manera de disolver la realidad, con humor e ironía, gota a gota, centrada en el terreno narrativo que más le interesa: la pareja. O por decirlo con más exactitud: la falta de conexión entre hombres y mujeres. Si lo prefieren, mujeres y mujeres, hombres y hombres o cualquier combinación posible que sume dos. Y para que no se diga que somos excluyentes, ahora que es verano, también puede sumar tres y múltiplos.

Ahora sabemos que aquel delicioso libro de narraciones ultracortos, directos al mentón, forma parte de una trilogía llamada Destroyer, y doy fe de que lo es. Hola, te quiero, ya no, adiós es su segunda entrega, y me da la sensación de que tras la intención "destroyer" también hay mucha sabiduría, experiencia y capacidad de análisis. Para entendernos, siendo otra aportación a la narración breve, yo diría que Ana teje a sabiendas una novela corta de estructura episódica, sorteada de elipsis caprichosas y silencios elocuentes, algo así como el clásico hollywoodiense Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967).

Pero claro, la sofisticada moda pop de los 60 no va con Ana y sus amigos. Ellos preferían a Deep Purple antes que a Led Zeppelin. Y son más de la M30 que de la Ruta 66. No divaguemos más. Si un director de cine se adentrase en esas acampadas que relata Ana, esas primeras experiencias fuera de casa, no lo haría en technicolor y con música de John Barry. Más bien imagino el sonido directo y los modos paródicos de un Fernando Colomo o un David Trueba.

Volvamos a Hola, Te quiero, Ya no, Adiós. Siguiendo una limpieza expositiva que no deja lugar a error, Ana Grandal retrata los ritos de paso que marcan la evolución en una relación de pareja. Chico conoce chica. Esteban y Alicia. Aquello va en serio. Pasan a vivir juntos. Pasa el tiempo y la rutina les acaba quemando... Nada que no hayamos vivido ninguno de nosotros. Un proceso que Ana Grandal retrata con humanidad y con un guiño, sin hacer leña del árbol caído, ayudándonos a comprenderlo mejor. Lo que no equivale a que aporte soluciones fáciles... De momento, su inteligencia, su capacidad de observación y sus dotes como escritora nos aportan una distancia cómoda para contemplar, dando la importancia debida tanto al punto de vista de ella como al de él. 

Amargord, 2017
Compra online 

David G. Panadero


Tras la máscara, o el poder de una mujer. Louisa May Alcott


Una fuerte veta feminista y de crítica social muy adelantada para su época

El catálogo de la editorial dÉpoca se ha convertido en una moderna y maravillosa cueva de Alí Babá, donde el lector deslumbrado puede encontrar los más maravillosos e ignotos tesoros. El último que nos ofrece, en su colección «delicatessen», es Tras la máscara, o el poder de una mujer, de Louisa May Alcott (1832-1888). 

Para muchos, el nombre de esta autora se identificará inmediatamente con novelas moralizantes para jovencitas. Esa reducción sería ya, de partida, muy injusta, porque incluso esa producción novelística de Louisa May Alcott -Mujercitas (la obra que, publicada en 1868, le dio fama universal), Aquellas mujercitas, Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Una muchachita anticuada, Los primitos…- dista mucho de ser tan ñoña y simplista como muchos creen. Porque, aunque es verdad que esas obras tienen un fuerte carácter moralizante, una parte fundamental de esa moral está constituida por una fuerte veta feminista y de crítica social muy adelantada para su época (Alcott fue, por ejemplo, una decidida sufragista y defensora de la abolición de la esclavitud). Es sintomático que la feminista Simone de Beauvoir se confesase, en su autobiografía, Memorias de una joven formal, admiradora de Mujercitas. 

Sin embargo, lo que ahora más nos interesa es que Louisa May Alcott, autora prolífica de más de 300 obras, junto a esa producción literaria juvenil que le hizo universalmente conocida –y con la que consiguió sacar a su familia de la miseria a la que les habían abocado los utópicos ideales de su padre, el pedagogo reformista, Amos Bronson Alcott- tuvo también una vertiente literaria apasionante y desconocida para la mayoría del público. Se trata de unos sorprendentes relatos a los que ella calificaba de «relatos de sangre y truenos», en los que trataba cuestiones que en su época eran consideradas escabrosas e incluso censurables: thrillers de acción y misterio en lo que se adentraba en temas como las relaciones sexuales interraciales (incluso sin matrimonio), la igualdad de la mujer respecto al hombre, el incesto, el adulterio y la justificación de la venganza. 


personajes con objetivos poco edificantes


Estos relatos, que suelen inscribirse en la tradición gótica, fueron publicados bajo el seudónimo de A.M. Barnard y hasta ahora eran, lamentablemente, desconocidos por el público español. En realidad, sólo en 1942 se supo que A.M. Barnard escondía a Louisa May Alcott (aquí otra máscara, como la del relato que nos ocupa, que permitía a una mujer adentrase en terrenos vedados). 

La propia Alcott, en Mujercitas, se refirió a este tipo de novelas como “peligrosas para mentes poco formadas”. Novelas consideradas por los críticos como provocativas y de mensaje cuestionable, puesto que sus personajes están obsesionados con conseguir un objetivo, no siempre edificante. 

Tras la máscara se inscribe en el género que se ha dado en llamar domestic noir victoriano. El relato se ambienta en una mansión campestre de la Inglaterra de 1866, donde vive la familia Coventry, compuesta por una viuda con dos hijos varones, una hija adolescente y una sobrina huérfana, extraoficialmente prometida al hijo mayor; en la mansión vecina vive Sir John Coventry, el anciano y encantador tío de los jóvenes. Para hacerse cargo de la educación de la hija, llega a la casa la joven Jean Muir, que pronto se granjea el cariño y admiración de una parte de la familia, y las sospechas del resto

Desde el inicio de la narración sabemos que Jean Muir esconde secretos e intenciones muy oscuras y que está muy lejos de ser una candorosa institutriz a la manera de una Jane Eyre

No sabemos si Louisa May Alcott había leído al abate Choderlos de Laclos cuando escribió su relato, pero lo cierto es que Jean nos recuerda, en ocasiones, a la temible marquesa de Merteuil. Y también nos recuerda, más allá de la habilidosa utilización del género epistolar -que en Tras la máscara, a diferencia de las otras dos obras, es sólo un pequeño recurso-, a la lady Susan Vernon de Jane Austen, de la que si estamos seguros que Louisa no llegó a saber nada puesto que no se publicó hasta 1871. 

Las tres obras tienen como protagonistas a mujeres decididas y sin escrúpulos a la hora de conseguir sus fines. Son mujeres muy inteligentes que disfrutan manejando a quienes están a su lado, especialmente a los hombres a los que hacen sucumbir a sus encantos. Es cierto que se diferencian en que la marquesa es malvada por placer, Lady Susan por egoísmo y Jane Muir más bien por necesidad; pero las tres tienen en común que, en un mundo en el que el poder económico y legal está en manos de los hombres, deciden hacerse dueñas de sus destinos, aunque tengan que ocultarse tras una máscara que encubra sus verdaderas intenciones. 

Tras la máscara es, en definitiva, una novela muy entretenida, en la que brillan especialmente la construcción de los diferentes personajes, las estupendas descripciones y los brillantes diálogos, tan maliciosos como irónicos

Ha sido todo un placer el descubrimiento de esta asombrosa faceta de la famosa escritora norteamericana y esperamos con ganas que se nos siga dando la oportunidad de conocer algún otro de estos sorprendentes relatos de Louisa May Alcott. Y mencionar, como siempre en el caso de dÉpoca, la magnífica edición aderezada por una estupenda introducción, un esclarecedor posfacio, bellas láminas y una muy cuidada traducción

dÉpoca, 2018
Compra en Casa del Libro 

José María Sánchez Pardo

Batman (1989) en la ciudad más negra que se pueda soñar

Un joven Tim Burton se llevó el gato al agua con esta superproducción convertida inmediatamente en fenómeno social. Pese a sus tintes clásicos, cercana al Superman de Richard Donner, Burton da un salto de gigante en el cine de superhéroes, acercándose a la vanguardia del cómic de entonces, el trabajo de autores como Alan Moore o Frank Miller.

David G. Panadero conduce esta Sesión Prótesis.

**el título del podcast es préstamo de un verso de Jesús Urceloy
**la documentación para este podcast proviene en un 100% del libro escrito por Miguel Ángel Parra y Panadero, Tim Burton. Simios, murciélagos y jinetes sin cabeza (Diábolo ediciones, 2016)

https://www.ivoox.com/player_ej_26833883_4_1.html?c1=ff6600

Mala hoja. Alfonso Mateo-Sagasta

Una historia de amor llena de luz y alegría. Un trágico y vil episodio criminal 

Dos hombres charlan mientras mantienen una tranquila sobremesa tras haber cenado en François, uno de los mejores y más selectos restaurantes de La Habana, en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de ellos, es el coronel Julio Izura, un destacado empresario afincado en Cuba, con múltipples actividades, que van desde la posesión de ingenios azucareros al comercio de esclavos negros pasando por el flete de navíos mercantes. El otro comensal, es un aplicado industrial del tabaco y sus manufacturas, don Pascual Baute, que está buscando la fórmula para conseguir el puro perfecto. 

Durante la conversación irán desgranando el desarrollo de sus azarosas vidas personales y profesionales. A través del diálogo, se dará buena cuenta de los usos y costumbres de una serie de actividades económicas propias de la isla de Cuba en aquella época. Así se nos hablará del peculiar mundo de los ingenios azucareros, tanto en la vertiente del funcionamiento fabril como en la del trato infligido a sus trabajadores. 

De igual forma se nos hará un minucioso relato de cómo se llevaba a cabo el tráfico de esclavos negros desde África a las Antillas, con el relato de los centros de recogida de esclavos en la costa africana, y las terribles penurias por las que pasaban en su viaje trasatlántico. Además se nos hablará de los personajes históricos que participaron en dicho comercio, tanto del lado cubano, y las inmensas fortunas que se hicieron, así como de alguno de los singulares traficantes que desde las orillas africanas se enseñorearon de tan vil actividad. 


 sorprendente y terrible desenlace


Paralelamente a la descripción del tráfico de esclavos africanos, se nos relatará las duras condiciones por las que pasaron también trabajadores de otros orígenes, como los chinos, irlandeses e incluso algunos españoles, con unas situaciones laborales que, sin llegar al horror de la esclavitud negra, nos dejan estupefactos por lo abominable e inhumana que resultaban. 

Por último, y dentro de este relato de la actividad económica cubana de la época, se nos hará un cálido homenaje a la manufactura de puros habanos, detallándonos como hacer de los mismos un arte sin igual. 

El relato de las peripecias personales y profesionales de estos dos ricos burgueses también nos hace entrever, por un lado, una historia de amor llena de luz y alegría y, por otra, un trágico y vil episodio criminal que llenará de sombras un relato que derivará en un sorprendente y terrible desenlace. 

El autor logra con maestría y fino estilo combinar los relatos personales, con su aporte de historia romántica, la descripción social y económica de una época y un escenario concreto, sin esquivar los aspectos más lúgubres y violentos de la misma y, finalmente, introducir una historia criminal que dará fuste y robustez a la narración con una resolución magistral. 

Una historia que pivota entre la vida y la muerte, entre la violencia y la fraternidad, entre el odio y el amor, en un escenario físico y social en el que la violencia y el dolor es moneda corriente entre buena parte de los habitantes de una Cuba todavía colonial, en la que la rebelión y la venganza intentarán ser aplastadas. Una novela que es capaz de interesarnos, sorprendernos y emocionarnos a partes iguales

Reino de Cordelia, 2017
Compra en Casa del Libro

José María Sánchez Pardo

Cannonwood. Pablo G. Naranjo

  Epopeya sobre la Cannon, que encumbró mitos como Chuck Norris o Michael Dudikoff Agilidad, acción, cinefilia desatada  y una concatenación...