Con manos trémulas, me bebí a pequeños sorbos el té de mezcal. El brujo tomó ceremoniosamente la taza y leyó en los posos mi destino. Como ya me temía, me informó de que tenía el gran mal, y de que en menos de un año moriría. Estoico por fuera, destrozado por dentro, encajé su vaticinio y le pagué religiosamente lo pactado.
Después decidí pedir otro té. Dadas las circunstancias, necesitaba una segunda opinión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario