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Cine negro español: La casa sin fronteras (1972)


La oscura naturaleza de Bilbao, los suplicios terribles reservados por los sectarios y una bella, bucólica y consecuente historia de amor

Una atmósfera angustiosa

La casa sin fronteras es, junto con El bosque del lobo, la peculiar y escasa contribución que al cine de terror realizó Pedro Olea. Película sobre sociedades secretas, inspirada en el relato "Lluvia" del autor mexicano José Agustín, en la cual tanto la fotografía, a cargo de Luis Cuadrado, como la música de Carmelo Bernaola, contribuyen a crear una atmósfera especialmente angustiosa.

una sociedad criminal oculta
 y conectada con el Poder

Un joven que viene de una aldea a la ciudad para buscar fortuna es contactado por un curioso y en apariencia cordial anciano (José Orjas) que le pondrá en contacto con gente dispuesta a proponerle un muy peculiar trabajo. Tony Isbert encarna a nuestro sacrificado personaje, aunque el papel le habría venido de perillas a Anthony Perkins. La  localización de una joven (Geraldine Chaplin), a la que la organización (La casa sin fronteras) considera en deuda con ella, constituirá el leitmotiv para un muy peculiar trayecto iniciático en el que no faltará el obligado descenso ad inferos de nuestro apocado y dubitativo protagonista.
Valentín Tornos, Eusebio Poncela, Patty Shepard, Luis Ciges, entre otros, tejen con su más que buen oficio la tela de araña en la que van viéndose inmersos los personajes. Destacamos la interpretación de Viveca Lindfors, pérfida stregay único miembro femenino de la sociedad secreta, auténtico deus ex machina del destino de ambos protagonistas.
En la película se combinan los elementos costumbristas, haciendo hincapié en la oscura naturaleza de la ciudad (Bilbao), con escenas de gran crueldad (los suplicios terribles reservados por los sectarios contra los renegados) y una bella, bucólica y consecuente historia de amor.
Se ha dicho que la organización propuesta, con eficacia cinematográfica extrema y ambivalencia sutil, podía muy bien referirse al Opus Dei. No creo que vayan por aquí los tiros. Determinados fragmentos, delicadamente propuestos por el director, nos encaminan hacia derroteros menos evidentes. Los periódicos que lee Jose Orjas, el captador de la secta, tanto al principio como al final de la película son extranjeros (uno francés y uno norteamericano), las referencias a los oficios (reformadores de interior, escultores de lápidas) o el papel de la Viuda rica que encarna el callejón sin salida vital de nuestros héroes, hablan por sí mismos a quien sabe escuchar la melodía.
Al margen de la trama principal, que muy bien podría referirse a una sociedad criminal más o menos oculta y más o menos bien conectada con los ambientes del Poder, hay un elemento perturbador de corte casi metafísico que acompaña al espectador desde el principio. Pequeñas casualidades, como el hecho de que el protagonista habite en la  pensión el cuarto de un suicida al que se invoca en sesiones de espiritismo y que muy bien podría haber sufrido el mismo destino años ha, el ciego que declama en voz alta en el tren un texto que lee en braille o el personaje encarnado por Valentín Tornos que ofrece al protagonista, de modo involuntario, una imagen veraz de su terrible final días antes de ocurrir.
Una película extraña, celtibérica e inteligente que no ha envejecido y a la que uno descubre en cada visionado nuevos y mas secretos recovecos. Parte de nuestra cara oscura.

Frank G. Rubio

España, 1972. Director: Pedro Olea. Guión: Pedro Olea y Juan Antonio Porto. Fotografía: Luis Cuadrado. Música: Carmelo Bernaola. Intérpretes: Tony Isbert, Geraldine Chaplin, Viveca Lindfors y José Orjas.

Esta crítica de La casa sin fronteras forma parte del dossier sobre "Cine negro español" que ha elaborado Equipo Prótesis. Dicho dossier fue publicado en papel, dentro de la revista Prótesis nº7, aparecida en primavera de 2012, dedicada a indagar en los orígenes de la novela negra española. Los interesados pueden pedir su ejemplar en la librería madrileña Estudio en Escarlata.


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